Un poco de historia
Hola, me llamo Miguel Joglar González y soy el director y dueño de Gráficas Cano desde 1983… Pero no, no soy tan mayor, es que empecé muy joven 😉 ¡Tan joven que me críe entre plomo, galeradas, chibaletes, componedores, cíceros y letras de madera!
Mi padre, Don Gonzalo González Rionda, era linotipista del diario de Oviedo “La Voz de Asturias”, que hoy en día ya no tiene edición en papel. En muchas ocasiones me ocupaba de llevarle el bocadillo a su sede, en la calle Uría de Oviedo ―hoy la de “El Corte Inglés”—, y recuerdo perfectamente el olor al plomo fundido y aquellas líneas que salían de la linotipia, calientes como el fuego, que él mantenía en sus manos como si fueran una moneda acuñada, moneda que siempre me daba cuando iba a verle. Pero más valiosa para mí era aquella “línea” que siempre me regalaba con una frase, un consejo, o una indirecta siempre cariñosa. Un tipo muy especial ese Gonzalo. De aquella (1977), solían trabajar 14/16 horas al día, e incluso tener dos trabajos.
Bueno, pues ese hombre, cumplía a rajatabla la norma. Montó su propio negocio de linotipia para dar servicio a las imprentas. (No existían los ordenadores, era todo tipografía de plomo y madera. Vamos tal cual la inventó Gutenberg). Y ahí empezó también mi “negocio”, pues para ganarme alguna perrilla iba a ayudarlo, más bien a hacerle compañía y ver cómo se hacían las cosas. Recuerdo mis antebrazos a la altura del codo, llenos de tinta, marcados al apoyarme en aquellos papeles sacados de la “pruebera” para leer y luego corregir. Recuerdo estar leyendo, con 12/16 años, hasta las 2 y las 3 de la mañana con mi madre, Doña Marisa Joglar Cordera, galeradas del plomo del Boletín Oficial del Estado, que mi padre “picaba” en su linotipia. Vaya coñazo, sí. Realmente fueron mi diccionario y mis clases particulares de ortografía. Leo, y como vea una errata me pongo loco. Soy un corrector compulsivo.
Comencé muy joven en esto, y la verdad que sigo porque lo llevo en vena. En 1981 comienzo a trabajar en Gráfica Cano, propiedad de Ovidio. En 1983 Ovidio se jubila y ofrece su empresa a los trabajadores. Ninguno de los cuatro la quiso. Yo era un crío cuando lo comenté en casa. Mi padre, que como os digo estaba vinculado al mundillo imprenta, sabía de una imprenta que cerraba y estaba muy próxima a Gráficas Cano. Así fue como conocí al que sería mi socio, Don Luis Iglesias, mi compañero de fatigas hasta el último día de su vida. Gran maestro en todos los sentidos de mi vida.
Con la ayuda económica de toda, toda mi familia me hice empresario sin darme cuenta. De lo que sí me di cuenta fue que se acabaron las jornadas de 8 horas, y por supuesto los sábados y domingos. Y con esa dedicación enseguida pudimos devolver el capital prestado, y llegar hasta aquí. No sin librar otras batallas, como aquella vez, año 2000, en que compramos Imprenta Vetusta y a los 6 meses se derrumbó el edificio que la albergaba, enterrando nuestros equipos, nuestra ilusión y nuestro esfuerzo. O aquella otra en 2006, cuando un incendio en la nave colindante a Gráficas Cano, afectó a nuestras instalaciones, obligándonos a cerrar durante 11 meses y empezar de cero, con la ayuda de nuestros 27 trabajadores.
Como anécdota, todavía hoy, muchos de mis allegados me preguntan si fui ciclista, por lo desarrollados que tengo los gemelos. Y sí, fui ciclista de una estática, máquina de mano, a pedal que todavía conservo. Sí, “de marcaje a mano” y cuyo “motor” era un pedal. ¡Mucho pedaleé ahí!
¿Cansado? Por supuesto —¡quién no, llevando en lo mismo más de 40 años!—, ¿sabes qué te digo?, que aún motivado, me crezco ante la adversidad, vivo cómodo en el problema, lo que hace que Gráfica Cano siga aquí, aprendiendo y desaprendiendo, evolucionando y adaptándonos a los cambios y, sobre todo, intentando anticiparnos a los cambios, y lo hacemos bien.